El próximo día 17 de abril nos visitará un Cuentacuentos en la Universidad. Así que la profesora nos ha animado a que hagamos simulaciones de elementos que contienen el cuento para que se haga más divertido.Toda la clase nos hemos propuesto hacer adornos, de tal modo que a nosotras nos tocó hacer la tienda de la madrina. Decidimos hacer una especie de tienda-supermercado con materiales reciclados de todo tipo. Fue bastante divertido, por un instante nos sentimos como niñas.
¡Esperemos que les guste nuestra sorpresa!
PEPE MAESTRO:
A pesar de su corta edad, nos han sorprendido debido a la
gran interpretación que han tenido. ¡Muchas gracias por hacernos pasar una
buena tarde!
¡Muchas gracias por hacernos pasar una buena tarde!
Título: Epaminondas (adaptación del cuento popular Epaminondas)
Autor: Pepe Maestro
Editorial: Edelvives
Colección: Colorín Colorado
Lugar de Edición: Zaragoza
Fecha de edición: 2009
Autor: Pepe Maestro
Editorial: Edelvives
Colección: Colorín Colorado
Lugar de Edición: Zaragoza
Fecha de edición: 2009
Epaminondas es un negrito, hijo de una
mujer negra tan pobre que, como no podía dar a su hijo más que el nombre, le
puso el más largo que encontró en el santoral.
Un
buen día regala al negrito un riquísimo bizcocho, y le advierte:
-Llévalo
bien sujeto para que no se te pierda.
-Bien,
madrina –contesta muy contento Epaminondas.
Y
tanto y tanto aprieta la mano durante el camino que, cuando va a entregar el
regalo a su madre, sólo lleva unas pocas migas.
-¿Qué
me traes, Epaminondas?
-Un bizcocho, madre.
-¡Un bizcocho! ¡Válgale Dios! Pero, ¿qué manera tienes de llevar un bizcocho? ¿Quieres saber cómo se lleva? Lo envuelves muy bien en un papel de seda y después lo colocas en el ala del sombrero; te lo pones, y, muy despacito y derecho, para que no se te caiga, vienes tranquilamente a casa. ¿Has comprendido?
-Sí, madre.
A los pocos días vuelve a casa de su madrina, que
ahora le regala un buen pedazo de mantequilla para el desayuno del día
siguiente.
Epaminondas
coge la mantequilla y la envuelve con mucho cuidado en un papel de seda y la
coloca sobre el ala del sombrerón de paja; se lo pone en la cabeza y echa a
andar muy despacio, y muy derecho, para su casa. Es un
hermoso y caliente día del verano; el sol derrite la mantequilla, que va
cayendo en pringosos goterones por la cabeza y cuello del negrito.
La madre se lleva las manos a la cabeza al verle en
este estado.
-¡Dios mío! ¿Pero cómo se te ha ocurrido traer así la
mantequilla? Para conservarla bien debiste envolverla en hojas muy frescas y a
lo largo del camino ir refrescándola en todas las fuentes que encontrases. Sólo
así hubiera llegado a casa en buenas condiciones. ¿Lo has entendido?
-Sí, madre.
Y a la vez siguiente la madrina regala a Epaminondas un lindo perrillo. El negrito no lo piensa más; lo envuelve en grandes hojas de parra bien frescas, y por el camino lo va metiendo en todos los arroyuelos que encuentra, de manera que cuando llega a su casa el infeliz perrillo está casi muerto de frío y tiembla como la hoja en el árbol.
-¡Dios me valga! –exclama la madre-. ¿Qué traes aquí Epaminondas, hijo?
-Un perrillo, madre.
-Sí, madre.
Y cuando vuelve a casa de la madrina, la buena mujer le regala un sabroso pan, recién sacado del horno, crujiente y doradito.
Epaminondas le ata una cuerda, lo pone en el suelo y
vuelve a casa tirando de él, como le había dicho su madre que tenía que hacer
con el perrito.
-¡Dios mío! –grita la madre-. ¿Qué me traes aquí,
Epaminondas?
-Un pan que me ha regalado la madrina –contesta el niño
orgulloso.
-¡Epaminondas, hijo, serás mi perdición! No volverás a
casa de tu madrina ni te explicaré ya nada. Seré yo la que vaya a todas partes.
Al día siguiente la madre del negrito se prepara para
ir a casa de la madrina y antes advierte al hijo:
-Sí, madre.
La madre se va y el negrito mira cómo se enfrían los pasteles y, como quiere salir, “mira bien exactamente cómo pisa encima de ellos” –uno, dos, tres, cuatro, cinco- y va poniendo los pies sobre cada pastel, convirtiéndoles en una confusa pasta.
La madre llega a poco... y nadie sabe todavía lo que
allí pasó, pero el caso es que Epaminondas no podía sentarse al día siguiente.
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